miércoles, 17 de abril de 2013

El amor...

Mucho se ha dicho y escrito del amor: inspira monumentos y tragedias, es capaz de llevar a la cúspide civilizaciones y de conducirlas al colapso; ha participado en el interminable ciclo de guerra y paz de la historia humana. 

Hay muchas clases de amor: 

El paternal: inequívoco, infinito, incondicional, sin miramientos ni juicios ni crítica alguna, sin reciprocidad en la intensidad y producto del azar. 

El fraternal: incondicional e infinito, sin juicio pero crítico, recíproco en cierto alcance. 

El filial: producto de la asociación por intereses mutuos, precavido y calculado, prejuicioso y crítico, recíproco en cierto alcance, condicionado. 

Las dos primeras procuradas por el azar; la última producto, para la gran mayoría, de una búsqueda sistemática, sistémica y terca, planeada desde la infancia… la que va ocupar mis siguientes líneas. 

Hice parte de la gran mayoría, aquellos para los que el amor se convierte en un fin, en un fin que justifica los medios, en un fin en el que lo que importa es el triunfo, en un fin en sí mismo. 

Fantástico y romántico… visceral, como recompensa anhelada, proclive al esfuerzo y al sufrimiento, proclive al triunfo o a la derrota, un fin en sí mismo. 

Con muchos andares y desandares el tiempo se encargó de revelarme su verdadera esencia: no es un fin, es fortuito en su arribar y premeditado en su abandonar, no es un fin. Nace, brota espontáneamente y no se planea, es binario, está o no está, no es un fin. Crece, cambia, evoluciona, muta. 

Con el transcurrir del tiempo condiciona, obliga, somete… y con el mismo transcurrir del tiempo acerca, enriquece, sinergiza, ensalsa y placenteramente embriaga… 

para luego condicionar, obligar y someter… en un círculo sin fin que no es un fin en sí mismo. 

Alegría y tristeza, compañía y soledad, risas y llantos, caricias y golpes; un estado oximorónico de felicidad que conjuga lágrimas con alegría… porque no está libre de dolor… autoinfligido o heterodirigido, imperfecto y visceral… reactivo. 

Pudiera deducirse que es deletéreo como verdad de Perogrullo. 

NO. Nada más alejado de la realidad; resulta estimulante, desconocido… gratificante en la medida en que pueda ofrecerse sin contemplación, sin expectativa, alejado de toda ilusión y alucinación donde cada muestra recíproca es una celebración, un motivo de efeméride. Es una droga deliciosa con ciclos de embriaguez y abstinencia, no es un recorrido de velocidad si no de resistencia. 

Es el premio justo no esperado que se forja entre dos y constituye un tercero. Un tercero al que se debe sembrar, nutrir, cultivar, podar y en ocasiones segar como maleza. Un tercero de finos vinos y amargos vinagres, de estaciones fértiles y otras áridas y resecas. 

No es felicidad, no es tristeza… es un arreglo de mutuo beneficio… útil, placentero, vital… embebido de mutuos recuerdos y esperanzas, con recompensas imperceptibles que al final de todo se suman en una incalculable fortuna sin la que la vida hubiera sido un sinsentido…


Juro que habrá momentos en que sentiremos un odio mutuo, 
desearemos terminar todo y quizás lo terminaremos, 
mas te digo que nos amaremos construiremos, compartiremos. 

¿Ahora si podrás creerme que te amo? 

 Raúl Gómez Jattin