miércoles, 22 de julio de 2015

Herencia réproba

Es peligroso y osado interpretar cualquier escrito de forma descontextualizada; tristemente más allá de la verdad, lo único que encontramos es un reflejo vivo y candente de una civilización de espectáculos que más que de ejercicios juiciosos que tiendan a la construcción, está plagada de posiciones populistas y desfasadas que alimentan el paternalismo de las figuras del estado que tanto daño han hecho a este país y la medrosa existencia de nuestro pueblo.

No es la mía una posición inamovible que niegue lo evidente, algunos actores tienen objetivos diáfanos, pero quienes lucramos esos beneficios tampoco tenemos claro el límite de nuestro derecho. 

Basta con observar el ejercicio facilista del quehacer de quienes a través de los medios ostentan un poder casi divino ha perdido rumbo, gestando con tal disfunción periodística, una aberrante justicia en manos del presentador de turno.

El legislador con su ignorancia, el leguleyo acostumbrado a saturar el sistema no con conocimiento  si no con fútiles pero engorrosos asuntos, y un judicial podrido en su esencia con finalidad distinta a la de crear equidad, no generarán más que una sociedad insostenible y una nación en manos de parásitos pusilánimes que se niegan a mover un dedo. Mientras la salvaguarda de los derechos reales debería ser bandera, lo único que aflora es la complacencia absurda y sin límites de quienes exigen prebendas, y de aquellos que las otorgan con tibieza en su criterio y un franco desdén por las leyes.

Quienes dirigen nuestros destinos, aquellos a quienes hemos elegido en ejercicio de la democracia, han demostrado consistentemente  porqué en manos de un pueblo ignorante y facilista, el derecho al voto sólo perpetúa la siempre creciente mácula de nuestra sociedad, almas arpías de nacimiento.

Es un panorama devastador, la única herencia de nuestra progenitura será la ley del menor esfuerzo, la ignorancia, la incultura,  la incivilidad… oscuro futuro.


martes, 12 de mayo de 2015

Salud en Colombia: el subdiagnóstico de la sobreprestación

Más de dos décadas de un sistema solidario, igualitario, equitativo, universal y de cobertura casi total, que aunque ha impactado positivamente en algunos indicadores básicos, siembra duda sobre la gestión clínica y los resultados en salud.

Si bien el gasto en salud representado como porcentaje del PIB se ha mantenido estable en el último lustro (6,78%[1]) el costo per capita se ha incrementado en un 48%[2]; un ejemplo: una reconocida empresa promotora del sector prestó en 2014, 63.374.681 atenciones a una población de 2.703.113 afiliados con un promedio de 23 servicios por afiliado y un incremento del 5.8% en la cantidad de actividades realizadas frente el año anterior[3]

No es una situación única, es una tendencia del sistema.

¿Más es mejor?

Al realizar revisiones aleatorias sobre series de cohortes por diagnóstico se evidencian hallazgos paradójicos: multiplicidad de estudios, manejos por varias especialidades, prescripción de variados medicamentos y procedimientos diagnósticos y terapéuticos, pero igualmente pobre control de las patologías, pacientes descompensados y sintomáticos, con manifestación de efectos secundarios no previstos,  o lamentablemente, desconocidos por los prescriptores y por lo tanto manejados con otras terapéuticas o mediante valoraciones por especialidades adicionales sin beneficio o efecto alguno. Es frecuente, igualmente, identificar pacientes con diagnósticos errados o sin diagnósticos claros ni definidos que permitan un acercamiento terapéutico fiable y eficaz.

En mi ejercicio como auditor he tenido la oportunidad de interactuar con prestadores de todos los niveles de complejidad encontrando que la resolutividad no es una de las fortalezas de la práctica en el medio, pero para no rayar en el sesgo cognitivo que pudiera generarme el intervenir sólo en los casos fallidos, debo reconocer también que hay  casos de éxito y gestión clínica adecuada conforme a las necesidades de la población que infortunadamente, no abundan.

¿Dónde está el problema?

Durante los años de academia se nos recalca el arte de una buena ejecución del interrogatorio y el examen físico como parte primaria del enfoque diagnóstico.
Para el primero, es indispensable el establecimiento de una buena comunicación como parte de un proceso empático que nos permita interpretar la queja de nuestros pacientes; bien decía el internista español Gregorio Marañón: “el aparato que más ha hecho progresar la medicina, es la silla”[4]; para el segundo, la semiología como base fundamental del acervo diagnóstico y que debería determinar, antes de miles de laboratorios y otras ayudas diagnósticas, un curso de acción.


Pesarosamente hemos pasado del modelo francés, fundamentado en la mentalidad anatomo-clínica y en el cuál tuve la fortuna de formarme, al modelo norteamericano de enfoque biomédico que condiciona la simple capacitación técnica. El modelo francés, nos permitía establecer contacto con nuestros pacientes, acercarnos, escudriñar cada centímetro de su anatomía en un proceso de escucha silenciosa que generaba diagnósticos precisos y adicionalmente, soporte emocional para un ser humano en estado de vulnerabilidad y muchas veces indefensión.

Hoy, el modelo norteamericano adoptado en Colombia casi desde la primera mitad del siglo pasado, se centra en el uso de tecnologías para diagnosticar, poco conocen hoy nuestros pacientes del exhaustivo examen físico de otrora.

Si a priori parece este un enfoque adecuado, teniendo en cuenta la eficacia de las pruebas diagnósticas, no somos ajenos a la sensibilidad y especificidad de las mismas, plagando este enfoque de falsos positivos y más preocupantemente, de falsos negativos que condicionan fallas en la prestación que bien hubieran sido evitadas con un ejercicio propedéutico juicioso y laborioso, sometiendo a nuestros pacientes a menos invasión y más humanización.

No soy crítico sesgado del modelo norteamericano, pero la experiencia diaria demuestra que algo no está bien, que más no es mejor, que no es mejor médico el que usa las tecnologías más vanguardistas. Es innegable la necesidad de un examen minucioso de la práctica actual, de encontrar el justo equilibrio entre el modelo francés y el actual, y retomar el arte que por siglos se ha cultivado.

El ejercicio médico no puede basarse en meros métodos diagnósticos; es imperativo basarlo en el establecimiento de una relación de confianza y seguridad en cumplimiento de nuestra máxima primordial: primum non nocere[5], y en el reconocimiento de nuestras limitaciones como humanos.


Seguramente procuraríamos un mejor cuidado a nuestros pacientes y con un uso más eficiente de los recursos.  

No puedo terminar, sin citar la antesala de uno de mis consejos preferidos:

¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa,
de un espíritu ávido de ciencia. ¿Deseas que los hombres te tengan por
un Dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el espanto? ¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida?[6]




[1] EL BANCO MUNDIAL. (Mayo de 2014). Gasto en salud, total (% del PIB). Obtenido de http://datos.bancomundial.org/indicador/SH.XPD.TOTL.ZS

[2]EL BANCO MUNDIAL. (Mayo de 2014). Gasto en salud per cápita (US$ a precios actuales). Obtenido de http://datos.bancomundial.org/indicador/SH.XPD.PCAP/countries

[3] Nueva EPS S.A. (Diciembre de 2014). Rendición de cuentas . Obtenido de http://www.nuevaeps.com.co/Institucional/RendicionCuentas.aspx

[4] Llanio Navarro R, Fernández Mirabal JE, Fernández Sacasa JA. Historia Clínica. La mejor arma del médico en el diagnóstico de las enfermedades. La Habana: Pueblo y Educación; 1987

[5] Hipócrates

[6] Consejos de Esculapio

domingo, 20 de abril de 2014

Una muerte en los tiempos del cólera...

García Márquez no fue uno de mis escritores favoritos y salvo por dos de sus escritos, que pasaron obligadamente por mis manos pero disfrute a cabalidad, me declaro absoluto desconocedor de su realidad. 

Empero, el excitante recuerdo de la ceremonia donde recibió el Nobel ronda mi cabeza; más por el discurso de aceptación que en su momento analicé como exagerado, pero que hoy al releerlo, evoca la fantasía que caracterizó muchos de sus escritos y me obliga a entender la razón de este homenaje...



La soledad de América Latina

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.


Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: “Me niego a admitir el fin del hombre”. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias. 


Gabriel García Márquez

miércoles, 17 de abril de 2013

El amor...

Mucho se ha dicho y escrito del amor: inspira monumentos y tragedias, es capaz de llevar a la cúspide civilizaciones y de conducirlas al colapso; ha participado en el interminable ciclo de guerra y paz de la historia humana. 

Hay muchas clases de amor: 

El paternal: inequívoco, infinito, incondicional, sin miramientos ni juicios ni crítica alguna, sin reciprocidad en la intensidad y producto del azar. 

El fraternal: incondicional e infinito, sin juicio pero crítico, recíproco en cierto alcance. 

El filial: producto de la asociación por intereses mutuos, precavido y calculado, prejuicioso y crítico, recíproco en cierto alcance, condicionado. 

Las dos primeras procuradas por el azar; la última producto, para la gran mayoría, de una búsqueda sistemática, sistémica y terca, planeada desde la infancia… la que va ocupar mis siguientes líneas. 

Hice parte de la gran mayoría, aquellos para los que el amor se convierte en un fin, en un fin que justifica los medios, en un fin en el que lo que importa es el triunfo, en un fin en sí mismo. 

Fantástico y romántico… visceral, como recompensa anhelada, proclive al esfuerzo y al sufrimiento, proclive al triunfo o a la derrota, un fin en sí mismo. 

Con muchos andares y desandares el tiempo se encargó de revelarme su verdadera esencia: no es un fin, es fortuito en su arribar y premeditado en su abandonar, no es un fin. Nace, brota espontáneamente y no se planea, es binario, está o no está, no es un fin. Crece, cambia, evoluciona, muta. 

Con el transcurrir del tiempo condiciona, obliga, somete… y con el mismo transcurrir del tiempo acerca, enriquece, sinergiza, ensalsa y placenteramente embriaga… 

para luego condicionar, obligar y someter… en un círculo sin fin que no es un fin en sí mismo. 

Alegría y tristeza, compañía y soledad, risas y llantos, caricias y golpes; un estado oximorónico de felicidad que conjuga lágrimas con alegría… porque no está libre de dolor… autoinfligido o heterodirigido, imperfecto y visceral… reactivo. 

Pudiera deducirse que es deletéreo como verdad de Perogrullo. 

NO. Nada más alejado de la realidad; resulta estimulante, desconocido… gratificante en la medida en que pueda ofrecerse sin contemplación, sin expectativa, alejado de toda ilusión y alucinación donde cada muestra recíproca es una celebración, un motivo de efeméride. Es una droga deliciosa con ciclos de embriaguez y abstinencia, no es un recorrido de velocidad si no de resistencia. 

Es el premio justo no esperado que se forja entre dos y constituye un tercero. Un tercero al que se debe sembrar, nutrir, cultivar, podar y en ocasiones segar como maleza. Un tercero de finos vinos y amargos vinagres, de estaciones fértiles y otras áridas y resecas. 

No es felicidad, no es tristeza… es un arreglo de mutuo beneficio… útil, placentero, vital… embebido de mutuos recuerdos y esperanzas, con recompensas imperceptibles que al final de todo se suman en una incalculable fortuna sin la que la vida hubiera sido un sinsentido…


Juro que habrá momentos en que sentiremos un odio mutuo, 
desearemos terminar todo y quizás lo terminaremos, 
mas te digo que nos amaremos construiremos, compartiremos. 

¿Ahora si podrás creerme que te amo? 

 Raúl Gómez Jattin

martes, 14 de febrero de 2012

San Valentín: festivo importado...

A pesar de no ser nativo en nuestro país, no me aguanté la tentación hoy, de compartir mis dos poemas favoritos de mi poeta favorito:


Canción del amor sincero

Prometo no amarte eternamente,
ni serte fiel hasta la muerte,
ni caminar tomados de la mano,
ni colmarte de rosas,
ni besarte apasionadamente siempre.

Juro que habrá tristezas,
habrá problemas y discusiones
y miraré a otras mujeres
vos mirarás a otros hombres
juro que no eres mi todo
ni mi cielo, ni mi única razón de vivir,
aunque te extraño a veces.

Prometo no desearte siempre
a veces me cansaré de tu sexo
vos te cansarás del mío
y tu cabello en algunas ocasiones
se hará fastidioso en mi cara.

Juro que habrá momentos
en que sentiremos un odio mutuo,
desearemos terminar todo y
quizás lo terminaremos,
mas te digo que nos amaremos
construiremos, compartiremos.

¿Ahora si podrás creerme que te amo?













Entre primos

En el aire un ocre olor de mariposas
como un perfume que vuela de la infancia a este instante
atrae milagrosamente aquel jardín de luna
donde nuestra niñez se mostraba el sexo con malicia
y con ese sometimiento irresistible que sentimos
por el primer cuerpo desnudo que adoramos

Tú remendando la cometa destrozada por la brisa
Yo escribiéndole a la novia compartida
aquellas urgentes cartas de amor mentido
para que nos prestara su bicicleta

Hay una tristeza en el perfume que me hiere
como si tú caballero escarlata me hubieras olvidado

Como si tú primo enamorado y tierno
de repente hayas decidido abandonar donde te encuentres
todo aquello sentido y ocultado

[Tal un corazón dentro de otro]
bajo el limonero que aniquiló un invierno
y que recuerdo tan vívido como tus besos

lunes, 8 de agosto de 2011

¡A este país lo hundió la mala educación!


Aunque me arriesgue al escarnio y la lapidación pública al decirlo, la mayoría de políticos, deportistas, miembros de la farándula y los medios, y otras figuras públicas en este país, son ignorantes o faltos de educación académica formal o informal, o sin el menor atisbo de civilidad. 

Los iletrados porque son folcróricos, los letrados porque son corruptos y los bonitos porque son ignorantes y atrevidos. No hablemos de los feos: somos los únicos que nos dedicamos a cultivar el intelecto (aunque hay políticos, deportistas, miembros de la farándula y los medios y otras figuras públicas muy, muy feas y para completar, bestias!)

Son constante fuente de escándalo y desmedidas fanfarrias porque es lo único que conocen, el medio en el que crecieron y lo único que por experiencia pueden imitar. 

Sólo comparables al resto de nuestras figuras públicas y dirigentes: tristes dechados de virtudes, elaboradores de espectáculos tercermundistas y subdesarrollados, corruptos, sin razón y alejados de todo sentido común: habitantes de república bananera aún cuando Angelino Garzón lo niegue rotundamente!

La mala educación mantiene a este país sumido en la miseria y en la desgracia, sin posibilidad de redención. El respeto por lo ajeno es inexistente, la incapacidad de hacer una línea y seguirla ordenadamente es latente, el desprecio por las normas y las leyes evidente: jocosamente nos jactamos de la malicia indígena ¡MALDITA FRASE! que enorgullece al pueblo y a la plebe pero me avergüenza, me produce un inmenso dolor y que, salvo por esta ocasión, ha sido proscrita de mi vocabulario. 





Basta un par de horas para ver como se atenta descarada y agresivamente contra el prójimo, 


-cómo las primeras noticias de la mañana consisten en fraudes, robos, homicidios, atentados de la grupos armados ilegales (Léase guerrilla) que después tiene el descaro de escribir en su página de internet que lo hacen para proteger la población civil de las fuerzas armadas ¿?, 


-cómo se invade el carril del SITM (cuando aunque no exista prohibición expresa, sabemos que debe estar libre porque de lo contrario sería un contrasentido!), 


-cómo se ocupan, parqueando, ambos carriles de una estrecha calle impidiendo el tránsito y ay del pobre transeunte o conductor que amenace con reclamar, 


-cómo somos incapaces de activar la direccional para cruzar en algún sentido; mucho menos las luces de parqueo para indicar que vamos a parar y que Dios nos proteja si intentamos interrumpir la amena conversación de dos taxistas o dos motociclistas que ocupan los dos carriles de la "autopista" (entre comillas porque autopista, autopista... en fin...) comentando entre si los detalles del cotejo de fútbol y la borrachera del fin de semana (estoy seguro que no están discutiendo como el pensamiento kantiano supone un giro en la concepción de la filosofía, de eso estoy seguro!)


-cómo desde nuestras figuras de autoridad proferimos irrespeto al prójimo y su diversidad por razones "religiosas y/o morales" (Procurador Ordoñez: este varillazo es para Ud. y su secta)

Dolor, tristeza profunda y minusvalía, porque ya ni siquiera intensa ira me produce enfrentarme a diario a ese paupérrimo espectáculo de sociedad sin la esperanza de un mañana mejor. Los pocos esfuerzos del estado por educar se ven rápidamente opacados por lo violentos y los vándalos en las escuelas y las universidades públicas. 

Que vuelva la CÍVICA y LA URBANIDAD DE CARREÑO a escuelas, colegios y universidades! 

Siento pasión por mi país, pero realista soy del corto alcance de mis esfuerzos por escasos, porque son minimizados por el vasto entrópico que los rodea!

Es posible que en 200 o 300 años y luego de haber purgado esta sociedad de todos sus "defectos" podamos decir, como verdad de perogrullo, que el riesgo es quedarse... ¡He dicho!

martes, 5 de julio de 2011

jueves, 30 de junio de 2011

Mr. W, this is not 1962

Mr. W, this is not 1962

A lo largo de estas semanas, la presentación de la#leylleras ha generado un sano debate, que ha permitido ventilar mucho más que las posiciones de una industria y política acostumbradas (y educadas) para funcionar en un mundo pre web cuestionadas por usuarios y creadores que comparten y desarrollan su vida y obra en una realidad conectada y digital.


Publicado originalmente Por: Xpectro 
Junio 26 de 2011
ElDebate.com.co

lunes, 20 de junio de 2011

Dolor de patria (#dolordepatria)

Aunque esta frase la puso de moda Uribe, ya Dario Gómez la había cantado refiriéndose al éxodo, Amparo Jaramillo-Restrepo  la había definido en un corto pero sentido poema homónimo, alegorizando la violencia en nuestros campos y un salvadoreño de apellido Quezada la había usado para titular una novela que no tiene nada que ver con lo que voy a describir.

Es un  sentimiento desgarrador que provoca un corazón compungido y un alma atribulada, y una inexplicable pero cierta tristeza producto de la insensatez, la indiferencia,  la negligencia y la desidia que envuelven nuestro diario acontecer y actuar.

Lo siento cada mañana cuando leo en algún periódico[i] una nueva nota (no noticia) sobre el último acto de corrupción salido a la luz.

Cada vez que me enfrento al irrespeto por los conciudadanos, por las figuras de autoridad, por la cultura…

…cuando veo un asomo de lágrima de un anciano o del niño que lo acompaña mendigando en una esquina…

…cuando me estrello con un error de ortografía o con alguien que arroja basuras en la calle porque es sinónimo de una pobre educación y un pésimo futuro…

…cada vez que veo a alguien en contravía, cruzando por la mitad de las avenidas o atravesando las autopistas sin hacer uso de los puentes peatonales aunque estén a menos de 50 metros porque hace palpable nuestra ignorancia y el ínfimo aprecio por la vida…

…cada vez que viralizan un video grotesto de una ignorante mujer profiriendo toda clase de barbaridades y obtiene más de 4.000.000 de visitas mostrándole al mundo nuestra incivilidad…

…cuando políticos, jueces, magistrados, la fuerza pública, la iglesia (cualquiera), la empresa privada o  ciudadanos cometen  actos abusivos y su conducta queda impune…

…cuando personajes sin escrúpulos y con intenciones polutas, vulneran la academia provocando actos vandálicos y sin sentido…

…cuando se pisotea la ley porque nadie nos ve; cuando escucho hablar de la malicia indígena…

…cada vez que algún genio inventa otro programa como el de Acción Social y lo único que genera es más embarazos en población pobre y vulnerable que ve la paridad como negocio…

…cada vez que veo un comercial de “Colombia es pasión” porque muestran una cara de nuestro país que es prohibida para los nacionales, o en el mejor de los casos, desconocida…

…cada vez que otro genio hace realidad su gran idea y se construye un gran proyecto hidroeléctrico como Hidrosogamoso, Pescadero-Ituango o Porce IV inconsecuentemente (y lloro genuinamente por la devastación)…


Siento dolor de patria constante porque este es el  panorama que veo desde mi balcón, a través del panorámico de mi carro o cuando salgo a caminar en las mañanas… (suspiro)

Siento dolor de patria constante ¡porque no he logrado la indignación![ii]



[i] A propósito propongo que en adelante los periódicos y noticieros se denominen pasquines para ser más exactos, porque dejaron de ser medios informativos hace mucho tiempo y ahora están plagados de noticas satíricas y amañadas salpicadas por los intereses de turno de quien la escribe ¿Adónde fueron los antiguos y verdaderos periodistas? ¿Qué pasó con las características primordiales de las noticias? ¿Qué pasó en las facultades que Comunicación Social y Periodismo que producen en serie sin control de calidad? (Nuevamente ofrezco mis disculpas a mi hermano y mi amigo José Fernando)

[ii] Les recomiendo un documento en extremo interesante de Stephane Hessel y que conocí gracias a la generosidad intelectual de alguien a quien admiro y respeto; les dejo el enlace a continuación: ¡Indignaos!